VERSOS DORADOS DE LOS PITAGORICOS
Esta traducción está hecha del libro Les Vers Dorés de Pythagore de Fabre-d’Olivet, Éditions L’Age d’Homme, Collection Delphica, 1991.
Traducción del francés por M.A.Aguirre
PREPARACION.
RINDE a los Dioses inmortales el culto consagrado;
Guarda después tu fe (2): Reverencia la memoria
De los Héroes bienhechores, de los Espíritus semi-Dioses (3).
PURIFICACION.
Sé buen hijo, hermano justo, esposo cariñoso y buen padre (4).
Escoge por amigo, al amigo de la virtud;
Cede a sus suaves consejos, instrúyete por su vida,
Y por un daño ligero no le dejes nunca (5);
Si lo puedes al menos: pues una ley severa
Sujeta la Potestad a la Necesidad (6).
Se te ha dado sin embargo combatir y vencer
Tus locas pasiones: aprende a dominarlas (7).
Sé sobrio, activo y casto; evita la cólera.
En público, en secreto no te permitas nunca
Nada malo; y sobretodo respétate a ti mismo (8). No hables ni hagas nada sin haber reflexionado.
Sé justo (9). Acuérdate que un poder invencible
Ordena morir (10); que los bienes, los honores
Fácilmente adquiridos, son fáciles de perder (11).
En cuanto a los males que arrastra consigo el Destino,
Júzgalos tal cual son: sopórtalos; y trata,
En lo que puedas, de dulcificar sus rasgos:
Los Dioses, a los más crueles, no han entregado a los sabios (12).
Como la Verdad, el Error tiene sus amantes:
El filósofo aprueba, o reprueba con prudencia;
Y si el Error triunfa, se aleja; espera (13).
Escucha, y grava en tu corazón mis palabras:
Cierra el ojo y el oído a la prevención;
Recela del ejemplo ajeno; piensa por ti mismo (14):
Consulta, delibera, y escoge libremente (15).
Deja los locos quehaceres sin fin, sin causa.
Debes, en el presente, contemplar el porvenir (16).
Lo que no sepas, no pretendas hacerlo.
Instrúyete: todo se concede a la constancia, al tiempo (17).
Vigila tu salud (18): dispensa con medida,
Al cuerpo los alimentos, al espíritu el reposo (19).
Hay que evitar demasiados o demasiados pocos cuidados; ya que la envidia,
A uno y otro exceso, se ata igualmente (20).
El lujo y la avaricia tienen consecuencias semejantes.
Es necesario escoger en todo, un medio justo y bueno (21).
PERFECCION.
Que nunca el sueño cierre tus párpados,
Sin haberte preguntado: ¿Qué he omitido? ¿Qué he hecho? (22)
Si está mal, abstente: si está bien, persevera (23).
Medita mis consejos; ámalos; síguelos todos:
A las divinas virtudes podrán conducirte (24).
Lo juro por aquel que gravó en nuestros corazones,
La Tétrada sagrada, inmenso y puro símbolo,
Fuente de la Naturaleza, y modelo de los Dioses (25).
Pero que ante todo, tu alma, fiel a su deber,
Invoque con fervor a estos Dioses, cuyos socorros
Pueden únicamente acabar tus obras comenzadas (26).
Instrúyete por ellos, entonces nada te engañará:
De los diferentes seres sondearás la esencia;
Conocerás de Todo el principio y el fin (27).
Sabrás, si el Cielo lo quiere, que la Naturaleza,
Semejante en todo, es la misma en todo lugar (28).
De manera que iluminado sobre tus derechos verdaderos,
Tu corazón no se alimentará de vanos deseos (29).
Verás que los males que devoran a los hombres,
Son fruto de su elección (30); y que estos desdichados
Buscan lejos de ellos los bienes de los que llevan la fuente (31).
Pocos saben ser dichosos: juguetes de las pasiones,
Zarandeados por el vaivén de las olas,
En una mar sin orilla, dan vueltas, cegados,
Sin poder resistir ni ceder a la tempestad (32).
¡Dios! los salvarías abriéndoles los ojos... (33).
Pero no: corresponde a los humanos, cuya raza es divina,
Discernir el Error, ver la Verdad (34).
La Naturaleza les sirve (35). Tú que la has penetrado,
Hombre sabio, hombre dichoso, respira en el puerto.
Pero observa mis leyes, absteniéndote de las cosas
Que tu alma debe temer, distinguiéndolas bien;
Dejando en el cuerpo reinar a la inteligencia (36):
A fin de que, elevándote en el Éter radiante,
Al seno de los Inmortales, ¡seas tú mismo un Dios! (37)
VERSOS DORADOS DE LOS PITAGORICOS (Comentario de Fabre-d’Olivet)
Pesos, medidas, sonidos
Cod: Français 216 "De proprietatibus rerum".s.XIV-s.XV.BNF
Los antiguos tenían la costumbre de comparar con el oro todo lo que juzgaban sin defectos y bello por excelencia: así, por la Edad de oro entendían la edad de las virtudes y de la dicha; y por los Versos dorados, los versos en los que la doctrina más pura estaba encerrada 1. Atribuían constantemente estos Versos a Pitágoras, no porque creyesen que este filósofo los hubiese compuesto él mismo, sino porque sabían que aquel de sus discípulos de quien eran obra había expuesto la exacta doctrina de su maestro, y los había basado todos en máximas salidas de su boca 2. Este discípulo, recomendable por sus luces, y sobre todo por su vinculación a los preceptos de Pitágoras, se llamaba Lisis 3. Tras la muerte de este Filósofo, y cuando sus enemigos, momentáneamente triunfantes, hubieron llevado a cabo en Crotona y Metaponto esa terrible persecución que costó la vida a tan gran número de Pitagóricos, aplastados bajo los escombros de su escuela incendiada, o forzados a morir de hambre en el templo de las Musas 4, Lisis, que felizmente había escapado a estos desastres, se retiró a Grecia, donde, queriendo difundir la secta de Pitágoras, a la cual se esforzaban en calumniar los principios, creyó necesario redactar una especie de formulario que contuviese las bases de la moral, y las principales reglas de conducta dadas por este hombre célebre. Los Versos filosóficos que he tratado de traducir en francés los debemos a ese gesto generoso. Estos Versos, llamados dorados por la razón que he dicho, contienen el sentir de Pitágoras, y son todo lo que nos queda verdaderamente auténtico concerniente a uno de los más grandes hombres de la antigüedad. Hierocles, que nos los ha transmitido con un largo y sabio Comentario, asegura que no contienen, como se podría creer, el sentir de un particular, sino la doctrina de todo el corpus sagrado de los Pitagóricos, y como el grito de todas las asambleas 5. Añade que existía una ley que ordenaba que cada uno, todas las mañanas al levantarse, y todas las tardes al acostarse, leyera estos versos como los oráculos de la escuela pitagórica. Vemos, en efecto, por diversos pasajes de Cicerón, de Horacio, de Séneca y de otros escritores dignos de fe, que esta ley era aún puntualmente ejecutada en tiempos de éstos 6. Sabemos, por el testimonio de Galeno, en su tratado del Conocimiento y de la Cura de las enfermedades del Alma, que él mismo leía todos los días, mañana y tarde, los Versos de Pitágoras; y que después de haberlos leído, los recitaba de memoria. Además, no quiero omitir que Lisis, que es el autor de esta obra, obtuvo tanta celebridad en Grecia, que mereció llegar a ser el maestro y el amigo de Epaminondas 7. Si no vinculó su nombre a esta obra, es porque en la época en la que escribió subsistía aun la antigua costumbre de considerar las cosas y no los individuos: se ocupaba de la doctrina de Pitágoras, y no del talento de Lisis que la daba a conocer. Los discípulos de un gran hombre no tenían otro nombre sino el de éste. Todas sus obras le eran atribuidas. Esta es una observación bastante importante que hacer, y que explica cómo a Vyasa en la India, a Hermes en Egipto, a Orfeo en Grecia, se les ha supuesto los autores de tal multitud de libros, que la vida de varios hombres no hubiese bastado para leerlos.
Pitágoras enseñando.
Cod: français 50. "Speculum historiale" s. XV
Notas del comentario:
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