Arca
Texto M.A.Aguirre
La palabra arca viene del latín arca, ae —arca, cofre, armario, sarcófago, ataúd, féretro–, que deriva de arceo —apartar, rechazar, contener, encerrar, retener, mantener alejado—, que viene del griego arkeo —bastarse, apartarse, apartar, rechazar, proteger, socorrer, resistir. La raíz de estas palabras es ark, arek —guardar, contener.
La palabra arca, en hebreo, es תבה (taw-beth-hé) , thebah, cuyo valor numérico es: 400 + 2 + 5 = 407 = 4 + 0 + 7 = 11 = 10 + 1; es decir el final del ciclo de los diez primeros números naturales más la unidad; lo cual puede simbolizar el final de un ciclo cualquiera y el comienzo del ciclo siguiente, pues, en esta fórmula, la unidad no suma sino que transmuta una multiplicidad –expresada por el número 10, o la multiplicidad desarrollada y completada de un ciclo cualquiera–, en el comienzo de otra multiplicidad cuyas posibilidades deben desarrollarse y completarse en el ciclo siguiente.
En lo que se refiere a la palabra thebah, copiamos seguidamente algunos fragmentos de los comentarios que Fabre d’Olivet hace, a propósito de su traducción del Génesis bíblico, en su obra La Langue Hébraïque Restituée:
“Hazte un arca…” (Génesis, 6 14):
תבה (taw-beth-hé) , una thebah... Jamás la palabra hebrea תבה, dice Fabre d’Olivet, ha significado una nave, en el sentido de un navío, como se ha querido entender después; sino una nave en el sentido de algo destinado a contener, a conservar otra cosa. Esta palabra, que se halla empleada en todas las mitologías antiguas, merece una atención particular por parte del Lector. Es del género de esas a las que los numerosos significados impide siempre asignar un significado determinado. Es, por un lado, el nombre simbólico dado por los Egipcios a su ciudad sagrada, Theba, considerada como el asilo, el refugio, la morada de los Dioses; ciudad famosa, cuyo nombre trasladado a Grecia, en una aldea de Beocia, ha bastado para inmortalizarla. Es, por otro lado, un circuito, un orbe, un globo, una tierra, un cofre, un arca, un Mundo, el sistema solar, el Universo, en fin, que se figuraba contenido en una especie de nave a la que se llamaba ב וֹא (alef-vau-beth) (1); ya que debo recordar aquí que los Egipcios no atribuían al Sol y a la Luna carros como los Griegos, sino una especie de naves redondas. La nave de Isis no era otro sino esa Theba, esa famosa arca que nos ocupa en este momento; [...]. Es la nave de Isis, (Bar-Isis) esta arca misteriosa, que, de una u otra manera, lleva siempre los destinos del Mundo, del que es el símbolo.
Además, la palabra בוּ א, esa palabra cuyo sentido inmenso no podría ser exactamente dado por ninguno de los que conozco, y que únicamente los mayores sabios Egipcios estaban en estado de comprender, abandonada a los vulgares hebreos, y siguiendo la pendiente de sus ideas vulgares, acabó por restringirse y corromperse hasta el punto de no significar, en sentido propio, sino un vientre, un odre; y en el figurado, sino un espíritu mágico, una especie de demonio, al que los Judíos atribuían los oráculos de sus sibilas. Pero existe, tanto en el idioma hebreo, como en los idiomas vecinos nacidos de una misma cepa, una multitud de expresiones que, partiendo del mismo principio radical, muestran toda su importancia.
Es primero su análoga אב (alef-beth) , desarrollando la idea general de fructificación, de generación, de paternidad; es después la de voluntad en אבה (alef-beth-hé); la de amor en אהב (alef-hé-beth); es toda floración, en siríaco; es toda évigilation, en árabe; toda inmensidad, todo lugar desconocido, todo sentimiento interior y profundo, en árabe; es finalmente, sin buscar ligar a esta raíz otros signos que el que entra en la composición de la palabra תבה (taw-beth-hé), la acción de moverse sobre sí mismo, de volver ahí, de retirarse de ahí, de atraer ahí por el deseo, en los tres verbos בוּת (taw-vau-beth) , בבוֹ ת (taw-vau-beth-beth) y בוֹאת (taw-alef-vau-beth); es el nombre mismo del Universo, en el compuesto לבת (taw-beth-lamed) . No se ve, en todo esto, ni la caja de los helenistas, ni el armario del traductor latino, “arca”.
Sárcofago de Pakhar , XXIªdinastía, Bab el-Gassus
“sobre las cumbres del Ararat” (Génesis 8 4):
טררא (alef-resh-resh-samekh), del Ararat… He aquí una palabra que me ofrecería, dice Fabre d’Olivet, un vasto tema de comentario, si no hubiera resuelto limitarme a traducir. Todos los pueblos que han conservado la memoria del diluvio, y casi todos la han conservado, no han dejado de referir el nombre de la pretendida montaña sobre la que descansó la thebah misteriosa, que llevaba en su seno la esperanza de la naturaleza, y los gérmenes de una nueva existencia. Nicolás de Damas, citado por Josefo, le llama el monte Barris, nombre que no está muy alejado del de Syparis o Sypara, que Berose daba a esa ciudad del sol, en la que un monarca asirio, dispuesto a sufrir la catástrofe del diluvio, había depositado los archivos del Mundo. Sabido es que los Griegos llamaban λυχορεός, el monte luminoso, al lugar del parnaso donde se había parado Deucalión; pero quizás se ignore que los Americanos tenían también una montaña célebre, sobre la cual aseguraban que se habían refugiado los restos del género humano, y que habían consagrado su nombre mediante el levantamiento de un templo dedicado al sol. Este nombre era Olagmi. Me sería ciertamente muy fácil probar que estos nombres tienen todos una relación más o menos directa con el curso de la luz; pero, sin invocar, en este momento, otras lenguas más que la hebraica, contentémonos con examinar la palabra que es el tema de esta nota, y en la que estudiosos irreflexivos han tenido la desgracia de ver un objeto de terror o de maldición.
Esta palabra está compuesta de dos raíces טר רוֹא: la primera רוֹא (alef-vau-resh) es conocida: es la luz y todas las ideas que se refieren a ella. La segunda טר (samekh-resh), formada de los signos del movimiento propio y de la resistencia, caracteriza a un curso acompañado, desviado o dirigido por algo. De ahí, el verbo caldeo טוֹרה, concurrir con una cosa, seguirla en su curso, dirigirla; como la luz o el agua, por ejemplo; de ahí, la palabra hebrea טיהר (resh-hé-iod-samekh), un canal, un conducto, un paseo; de ahí, la derivada siríaca, una inflexión, una reflexión, etc.
Ilustración de "Topografía cristiana", Cosmas Indicopleustes, s.VI
Se nota bastante, tras esta explicación, que la palabra טררא (alef-resh-resh-samekh), no significa el monte de la maldición o del terror, como se ha creído sin examen; sino el curso reflejado de la luz; lo cual es muy diferente. Además, es bueno saber que el traductor samaritano, el más antiguo intérprete de Moisés, no ha expresado la palabra טררא , mediante una simple copia de caracteres, como parece que habría debido hacerlo, si hubiera pensado que era simplemente un nombre propio de Montaña; sino que la ha traducido por una palabra que difiere de aquella completamente. La semejanza de esta palabra con el nombre antiguo de la isla de Ceilán, Serandip, en lengua sánscrita, Sinhala-dwip, ha hecho pensar a algunos estudiosos que Moisés había quizás designado una roca famosa que domina en esa isla, y donde los Brahmanes aseguran que Buda o Rama, ha dejado la huella de su pie; pero, sin discutir en absoluto esta opinión, haré observar que esta palabra parece componerse de palabras caldeas y samaritanas, אנרט, eje, rueda, orbe; y בוּד o דיב, efluxión, emanación; de manera que ofrece una traducción bastante exacta del sentido que he dado a la palabra טררא; es decir, que en lugar de significar simplemente el curso reflejado de la luz, significa el orbe de la efluxión luminosa.”
Ilustración biblia sacra germánica, Nuremberg, hc. 1483
Quizás estos comentarios de Fabre d’Olivet sobre la thebah del diluvio bíblico, y los restantes que pueden leerse en la obra citada, y que no copiamos aquí por su extensión, puedan ayudar a comprender el alcance del simbolismo de esta palabra.
Por otra parte, siguiendo con el tema del simbolismo del arca y empleando esta vez una figura tallada en la piedra, vamos a ver una imagen que se halla gravada en un capitel de la catedral de Autun (ilustración de la derecha:Capitel, Saint Lazare d´Autun. s.XII )Se trata del arca del diluvio, figurada como un cuadrado rematado por un triángulo, que está varada sobre una montaña, representada por otro triángulo sobre cuyo vértice superior se asienta el arca; Noé asoma por una ventana situada en el remate triangular superior, y dos animales asoman por otra ventana situada en el cuerpo cuadrado inferior por cuyos laterales asoman dos personas socorriendo a las que están fuera, en las aguas. Esta imagen está formada pues por un triángulo, apoyado en su base, un cuadrado, cuyo punto medio del lado inferior toca el vértice superior de este triángulo, y otro triángulo, que remata el cuadrado por su lado superior; todas estas figuras geométricas están dispuestas de manera que sus centros están situados en el eje vertical que pasa por los vértices superiores de los dos triángulos, el de la montaña, y el que remata el arca.
Así, pues, en esta imagen el eje vertical de la montaña pasa por el centro del arca, y sabido es que el simbolismo de la montaña se puede hacer corresponder con el del Eje del Mundo, el eje que conecta directamente Cielo y Tierra, y que está constituido por los centros de todos los estados de existencia que comprende la Existencia universal. Por consiguiente, en este capitel de Autun, el arca del diluvio bíblico se puede contemplar como el centro de un cierto nivel de la existencia.
Esto mismo está, por otra parte, claramente explicado en El Rey del Mundo, capítulo XI, Localización de los centros espirituales, donde René Guénon escribe:
El nombre de esta última ciudad, René Guénon se refiere aquí a la Theba egipcia, que fue también el de una ciudad griega, debe retener más particularmente nuestra atención, como designación de centros espirituales, en razón de su identidad manifiesta con el de la Thebah hebrea, es decir del Arca del diluvio. Esta es aún una representación del centro supremo, considerado especialmente en tanto que asegura la conservación de la tradición, en el estado de envolvimiento en cierto modo(2), en el período transitorio que es como el intervalo de dos ciclos y que está señalado por un cataclismo cósmico que destruye el estado anterior del mundo para hacer sitio a un estado nuevo(3). El papel del Noé bíblico(4) es semejante al que juega en la tradición hindú Satyávrata, quien deviene luego, bajo el nombre de Vaiváswata, el Manu actual; pero hay que subrayar que, mientras que esta última tradición corresponde así al comienzo del presente Manvantara, el diluvio bíblico señala solamente el comienzo de otro ciclo más limitado, comprendido en el interior de ese mismo Manvantara(5); no se trata del mismo acontecimiento, sino únicamente de dos acontecimientos análogos entre sí(6).
Lo que es también digno de ser anotado aquí, es la relación que existe entre el simbolismo del Arca y el del arco iris, relación que es sugerida, en el texto bíblico, por la aparición de este último después del diluvio, como signo de alianza entre Dios y las criaturas terrestres(7). El Arca, durante el cataclismo, flota sobre el Océano de las aguas inferiores; el arco iris, en el momento que señala el restablecimiento del orden y la renovación de todas las cosas, aparece “en las nubes”(8), es decir en la región de las aguas superiores. Se trata pues de una relación de analogía en el sentido más estricto de esta palabra, es decir que las dos figuras son inversas y complementarias una de la otra; la convexidad del Arca está vuelta hacia abajo, la del arco iris hacia arriba, y juntas forman una figura circular o cíclica completa, de la que son como las dos mitades(9). Esta figura estaba en efecto completa al comienzo del ciclo: ella es el corte vertical de una esfera cuyo corte horizontal está representado por el recinto circular del Paraíso terrestre(10); y éste está dividido por una cruz que forman los cuatro ríos nacidos de la “montaña polar”(11). La reconstitución debe operarse al final del mismo ciclo; pero entonces, en la figura de la Jerusalén celeste, el círculo es reemplazado por un cuadrado(12), y esto indica la realización de lo que los hermetistas designaban simbólicamente como la “cuadratura del círculo”: la esfera, que representa el desarrollo de las posibilidades por la expansión del punto primordial y central, se transforma en un cubo cuando este desarrollo es consumado y el equilibrio final es alcanzado para el ciclo considerado.
Según estos comentarios que acabamos de exponer, el relato del arca del diluvio bíblico es pues un símbolo del centro supremo, considerado especialmente en tanto que asegura la conservación de la Tradición que se guarda a sí misma y perdura en los diferentes ciclos cósmicos renaciendo y vivificándose perennemente.
Notas:
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