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Boletín de novedades de El Arka

 
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La Campana

Estudio basado en el cuento de Hans Christian Andersen incluido en La pequeña cerillera y otros cuentos, Cuentos completos II, ( Edit. Anaya, Madrid, 2004.)

“Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”.(Mateo, 22:14)

Cada día, al anochecer, hay una campana que repica en el medio del bosque. Nadie sabe exactamente de donde viene ese sonido, pero muchas personas la oyen en la ciudad: hombres y mujeres, niños y mayores, ricos y pobres, sin distinción.

Desde el centro de la ciudad solo pueden oírla un momento, debido al ruido de los carros y el griterío de las personas, pero en las afueras la gente se para mirando hacia donde cree que viene el repique, y todos contemplan el cielo del atardecer con sus nubes de oro.

“Parecía como el sonido de una iglesia que estuviera muy dentro del bosque, tranquilo y aromático, y la gente miraba hacia allí y todos se ponían muy solemnes”.

El sonido de la campana es tan encantador y su procedencia tan misteriosa que muchas personas deciden reseguirlo hasta su fuente original, dentro del bosque. La comitiva, que es multitudinaria, emprende el camino con ímpetu, pero el camino es largo y el cansancio es grande, y cuando llegan al lugar donde el bosque comienza, vencidos por la pereza y atrapados por la ilusión, toman unos sauces por la foresta más tupida, y deciden parar allí. Enseguida llega un pastelero a poner su puesto con una campanita, y todo el mundo está encantado haciendo un pic-nic. Así llega también el olvido. No es que ya no se hable de la campana, no, no, porque el olvido no implica necesariamente dejar de hablar del tema; al contrario, se habla mucho de ello, pero nadie se acuerda verdaderamente de qué se trata, cuál era la meta verdadera. Incluso un ciudadano llega a escribir un poema sobre ese sonido, y el emperador del país promete que, a quién encuentre esa campana, le nombrará Campanero del Mundo. Y uno va y encuentra un búho y dice que el sonido venía del búho que da golpes en un tronco hueco, y así es como le nombran Campanero del Mundo. Después de ello escribe cada año un tratado sobre el búho, aún no sabiendo mucho de búhos, ni habiendo encontrado la campana. Así van las cosas en este mundo.

Se ha dicho: “el que habla no sabe, el que sabe no habla”.



“Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”
Aquel que encontró el búho y dijo que el sonido que este animal producía picando contra un tronco hueco era el que todos creían proceder de una campana, fue nombrado Campanero del Mundo por esta razón: que se adentró tanto en el bosque como nadie se había atrevido a hacer. Por eso nadie pudo decir que más allá del búho quedaba un trecho más de camino, y que aquella experiencia del búho era solo una etapa. Esto nos recuerda que hay que ir más allá, siempre más allá, no acomodarse y tener muy claro cuál es la meta, que desde luego no es la fama mundana, ni un título, ni nada que se pueda medir. Lo mismo que nos recuerda lo que hoy vamos a contar.

Llegó el día de la confirmación, y el pastor predicó con palabras bellas y profundas. Los confirmandos estaban muy conmovidos; para ellos era el día más importante de sus vidas, los niños se convertían en adultos, el alma infantil se convertiría en la de un adulto más sensato. El sol brillaba precioso, los confirmados salieron de la ciudad y desde el bosque se oyó con extraña fuerza la gran campana desconocida. En seguida desearon ir para allá, y todo menos tres se pusieron en camino.

En seguida desearon ir para allá, pero… tan pronto como uno es confirmado como soldado del Señor, empieza la batalla, y los enemigos aparecen en forma de excusas. Largo es el camino de Conocimiento y lleno de obstáculos, uno de los cuales es la distracción. Los niños reciben la confirmación y, pese a saber que eso es algo muy importante, y creer estar muy comprometidos, hay tres de ellos que ni se ponen en camino, o al menos por el momento eso parece.

– Esto me emociona mucho, pero tengo que ir a ponerme un vestido de baile, porque si no ¿qué confirmada soy?

– Esto me llena el corazón de alegría, pero tengo que devolver mi ropa al que me la ha prestado, pues no tenía dinero para comprarla.

– Esto es maravilloso, pero yo soy un niño bueno y quiero seguir siéndolo, así que no voy a ningún lado sin que me acompañen mis padres.

La emoción aquí no es garantía de nada, si nos quedamos en ella por ella misma. El Conocimiento va más allá de todo lo que cambia, lo que se mueve, lo que sube y baja, por lo que traspasa también la emoción. Ésta puede ser un símbolo, un vehículo del Conocimiento, pero no tiene un valor en sí. El Conocimiento en su esencia tiene más a que ver con aguas quietas que con otra cosa.

Asimismo, estar en un camino de Conocimiento tampoco tiene que ver con ser una persona comprometida según los cánones del mundo actual (si el compromiso es con cualquier cosa menos con el Conocimiento), ni con ser buena persona, ni por supuesto con valorar más las apariencias y la diversión, aunque todo esto también forme parte del Camino, en cierto sentido sobre el que ahora no nos detendremos.

Pero volvamos al cuento. Tres vuelven a la ciudad y los demás se ponen en marcha.

El sol brillaba y los pájaros cantaban, y los confirmados cantaban, porque aún no tenían cargos importantes y porque eran confirmados de nuestro Señor.

Vemos que ya están caminando, pero ¡ay!, de nuevo las escusas, las distracciones, asoman su cabeza en el alma del confirmado.

– Estoy cansado, mejor será que vuelva a casa.

– Uy, ¡qué bonitas flores! ¿Me ayudas a hacer una guirnalda?

– ¡Mirad, ya estamos en los sauces, en realidad la campana no existe, son imaginaciones!

Justo en ese momento suena de nuevo la campana, y unos pocos se adentran más en el bosque. Caminar por el frondoso bosque es a la par muy difícil y muy hermoso. Unos se quedan por la primera razón, hartos de los rasguños de las ramas, otros por la segunda, embelesados por la naturaleza y sus encantos.

Había grandes rocas cubiertas de musgos multicolores, y la fresca agua de la fuente brotaba produciendo un extraño sonido, como un gluglú.

– ¿No será esto la campana? – dijo uno de los confirmados tumbándose para escuchar–. Hay que estudiarlo bien – y allí se quedó mientras los demás seguían.

Llegaron a una casa hecha con ramas y cortezas; un gran manzano silvestre se inclinaba sobre ella como queriendo derramar sobre el tejado sus bendiciones. El tejado estaba lleno de rosas, las largas ramas del árbol llegaban hasta el mismo aguilón del tejado, del que colgaba una campanita. ¿Sería esta la que habían oído? Sí, todos menos uno estaban de acuerdo.

Sí, todos menos uno.



“Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”

Los niños confirmados estaban en la casita en medio del bosque escuchando una pequeña campanita.

¿Sería esta la que habían oído? Sí, todos menos uno estaban de acuerdo. El otro dijo que aquella campana era demasiado pequeña y fina para poderla oír desde tan lejos como la habían oído, y que sus tonos eran muy diferentes a los que conmovían el corazón de los hombres. El que así hablaba era un príncipe, y los otros dijeron:

–Los que son como él siempre creen saber más que nadie.

Lo dejaron seguir solo.

Y él siguió. Porque, a pesar de que podía oír a la campanita y a la gente que se quedó tomando el té y cantando, el sonido de la campana era "más fuerte, como si hubiera un órgano tocando; el sonido venia de la izquierda, del lado del corazón." Y hacia allí se dirigió.

Mientras caminaba, el príncipe escuchó un crujir de ramas entre los arbustos y delante de él apareció un niño con zuecos y una chaquetilla muy corta. Era el niño que se había ido para devolver la ropa a quien se la había prestado, y ahora estaba allí. Había vuelto, solo, "porque la campana sonaba tan profunda y fuerte que no pudo dejar de ir". A veces parece que uno se aleja, pero en verdad es el destino que lo lleva por un camino más largo. Para quién ha reconocido en su interior el sonido de la campana, cualquier sendero lleva al centro.

Los dos niños se ponen en marcha, pero sus caminos se separan nuevamente. El príncipe fue por la izquierda, mientras que el niño pobre fue por la derecha, por "el lado de todo lo bueno y magnífico". Pero lo que uno cree suele ser engañoso. En el camino, luces y sombras se entrelazan constantemente y bailan. Y resulta que el lado de la derecha es la "parte más oscura y tupida del bosque", siendo difícil transitar por ella. Los dos sufren heridas, pero el camino del príncipe es soleado. Soleado, que no exento de dificultades. En seguida aparecen unos micos que le quieren apedrear por su condición de príncipe. Como los niños del principio de esta nota, los micos encarnan aquellos ignorantes (o aquél ignorante que está en uno mismo), que no aceptan su lugar, que no llegan a comprender y tampoco quieren dejar que los demás lo hagan, intentando rebajar a su nivel a aquél que vuela más alto.

Pero el llamado es fuerte y la voluntad es firme.

– Quiero encontrar la campana y la encontraré – dijo–, aunque tenga que ir hasta el fin del mundo.

Adentrándose cada vez más en el bosque, el príncipe llega a un lugar en el cual hay flores, frutos, árboles, prados, ciervos y lagos con cisnes nadando en ellos, en fin, la vida misma desplegándose en frente de sus ojos. Uno se podría quedar embobado contemplando aquella maravilla. Hay también muchos peligros, aunque más sutiles, en las etapas más aéreas de este viaje. De hecho, por un momento el príncipe llega a creer que el sonido de la campana llega desde las profundidades de uno de esos lagos. Sin embargo, no olvida cuál es su meta: su corazón sabe que no es allí, que tiene que ir aún más adentro. Así que sigue la marcha.

Y llega el ocaso. En el camino de Conocimiento también hay momentos en los que parece que todo está perdido.

El sol se puso, el aire brillaba rojo como el fuego, sobrevino un terrible silencio en todo el bosque, y el príncipe se hincó de rodillas, cantó su salmo de la tarde y dijo:

–Nunca encontraré lo que busco! El sol se está poniendo, llegará la noche, la oscura noche.

¿No será que en la más profunda oscuridad hay una luz que brilla más que el sol del mediodía?

El príncipe, a pesar de su desesperanza, quiere subir a una roca para contemplar la puesta de sol y consigue llegar hasta el punto más alto, desde el cual puede contemplar el asombroso espectáculo que le ofrece la naturaleza. El mar, el sol, el cielo, el bosque y su propio corazón cantan al unísono. Es la belleza, que es tal por la unión de todos los elementos en un solo corazón, la unión del que contempla con lo que es contemplado. Todo es uno y uno es todo. Es la muerte del individuo, el sacrificio de lo particular sobre el altar del sol.

Toda la naturaleza era una iglesia grande y santa donde los árboles y las flotantes nubes servían de pilares, las flores y la hierba ondulantes eran ropajes de terciopelo, y el cielo, la gran cúpula.

La luz del sol se apaga, pero en el cielo negro se encienden las estrellas. En ese momento, llega desde el lado de la derecha el niño pobre. Ha llegado él también, como no podía ser de otra manera, porque de la Unidad nada es excluido, en la Unidad todo está incluido. Y allí, tomándose de la mano "en aquella gran iglesia de la naturaleza y la poesía, sobre ellos sonó la sagrada campana invisible, mientras las almas benditas bailaron en el aire cantando regocijadas el aleluya", celebrándose así las bodas alquímicas del Azufre y el Mercurio, cuya unión es ahora y siempre.

(Fin)

Campanas

“Instrumentos musicales que se ubican en las torres de las iglesias (campanarios) y se toman como la voz de Dios, o para llamar a los fieles a los oficios religiosos.
Igualmente se han usado siempre como anunciadoras de hechos destacados, nacimientos, o muertes, o como mensajeras incluso, de desastres, invasiones, incendios, convocando al pueblo para actuar.
Son utilizadas de igual modo en otras Tradiciones como objetos de culto junto con otros instrumentos como el gong y los platillos, de sonido igualmente vibrantes.
2. Voz del Señor en el plano humano que nos despierta para orar en maitines y nos da el descanso en el llamado vespertino.
Campanas y campanillas ordenan las horas de nuestro día y por lo tanto nuestra existencia. Oír sonar verdaderamente las campanas del espíritu es responder a un llamado en el que debemos confiar, pues la voz de esas campanas es la que da sentido a nuestra vida.
3. Una de ellas es notoria en el cuadro “La Melancolía” de Durero.”

Entrada: “Campanas” del Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos de Federico González Frías,,. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.


Texto: Margherita Mangini


 

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