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La bella durmiente

La bella durmiente

Una bella princesa, una maldición, un huso, una alta torre y un sueño profundo del que es posible despertar sólo con un beso de amor. ¿Os suena? Sí, hoy tratamos de  la historia de la Bella Durmiente, que, como los otros cuentos sobre los que hemos meditado en esta página, nos sorprende por las muchas posibilidades de tender hilos hacia el cielo que ofrece su lectura.
Para trabajar en este cuento nos basamos en tres versiones, que son, en orden de antigüedad: Sol, Luna y Talía de Basile (1) ,La Bella Durmiente de Grimm (2) y La Bella Durmiente del Bosque de Perrault (3), que entre sí presentan muchas diferencias, pero también similitudes.

A grandes rasgos esta es la historia, ubicada “hace mucho tiempo”, o ahora mismo en nuestra alma:  un rey y una reina tuvieron una niña muy hermosa y organizaron una gran fiesta para celebrar su nacimiento, a la que invitaron, además de a parientes, amigos y conocidos, unas hadas para que la princesa recibiera un don de ellas, en la versión de Perrault, o para que le fueran propicias, en la versión de Grimm. Basile no habla de hadas, sino de sapientes y adivinos, pero en el fondo es lo mismo: se trata de invocar a las entidades sutiles e intermediarias de manera que, a través de su intercesión, la recién nacida, el alma, tenga el favor de la deidad y conozca su destino.

Resulta que la niña está dotada de todas las virtudes, pero la profecía dice que, llegada a la juventud, se pinchará con un huso y morirá. Las maneras en que este hecho es expresado son diferentes. Según el relato de Grimm, las hadas del reino son trece, “pero como los reyes solo tenían doce platos de oro para que comieran ellas, tuvieron que dejar a una en casa”. Ésta se ofendió y fue a la fiesta para lanzar la maldición. En cambio, en la versión de Perrault, las hadas son siete y es la octava la que se enfada y pronuncia el terrible hechizo. En ambos casos, después de la maldición, queda un hada por hablar, la cual, en vez de ofrecer su don a la princesa, suaviza lo sucedido cambiando muerte por sueño profundo, al final del cual la princesa se despertará por el beso de un príncipe. Por otra parte, en Basile la princesa se despierta porque sus hijos lactantes le chupan el dedo tan fuerte que le extraen la arista que le había dado la muerte, pero en todo caso podemos afirmar que estos hechos se refieren a una muerte iniciática y el renacer a otra vida, que a ella le sigue, en otro plano.

Aquí cabe hacer un apunte de numerología. El número siete representa a la escala cosmogónica gracias a la cual el alma asciende y desciende por los estados de la consciencia, conociéndose de este modo a sí misma, así como al Cosmos. Es un número que remite a la unidad, pues es posible reducirlo al uno. Es el Cosmos entero, a través de cuyo conocimiento debe ser trascendido. Se ha de hacer un paso más allá para pasar a otra, y este paso es simbolizado por el ocho, número relacionado con la muerte iniciática y el pasaje entre los mundos. Por otra parte, doce son los signos del zodiaco, que representan la rueda de la vida en movimiento con todos sus aspectos, combinando en sí los tres principios y los cuatro elementos. Pero esta rueda tiene un centro por el que es posible salir de ella. En este caso es el número trece el que simboliza el salto hacia el Más Allá, la renuncia a todo lo conocido, la Muerte que nos da la Vida. Recordemos que la carta número trece del Tarot nos habla precisamente de esta destrucción que precede a una nueva construcción. O sea que, como veremos más adelante, el hada “mala” es agente de la Providencia (“nadie sabe para quién trabaja”) y el pinchazo de la bella princesa es comparable a la herida causada por la lanza de la Inteligencia hundida en el corazón del Iniciado, en el momento en que éste es muerto por una de las flechas de Amor, consagrando así su vida a Dios.

Rueca

Es interesante notar como en las historias de Grimm y Perrault la buena fortuna y la mala fortuna son representadas de manera dual por personajes distintos: las hadas benévolas por un lado y el hada malevolente por el otro, mientras que en Basile son los sapientes y adivinos que advierten del gran peligro que corre la niña. Nosotros entendemos que buena fortuna y mala fortuna son aspectos de la Fortuna, diosa asociada a la Rueda del Mundo, que se representa a menudo vendada y da vueltas sin mirar quién está arriba y quién abajo. Simplemente gira porque esa es su función, y es siempre cambiante. Sus dos aspectos ascendiente y descendiente son necesarios, no puede haber el uno sin el otro, por lo que tanto los peligros y obstáculos que acechan al alma humana como los momentos de calma y buena suerte no son todos ellos sino dones de los dioses para que ella pueda hacer su camino hacia la Unidad.

Fortuna

Pero el rey, en vez de aceptar el destino de su hija, se deja vencer por el miedo y el apego, y entregándose así al Adversario, elige rechazar la verdad, cegado por el dolor que le causa la perdida de su única hija, e intentando evitar lo inevitable da la orden de eliminar todos los husos existentes en el reino. Todos, o casi todos. Pues por mucho que uno se empeñe la Verdad siempre triunfa. Por mucho que se quiera imponer la voluntad humana sobre los designios divinos, la Voluntad del Cielo siempre se cumple. En esta historia hay una viejita que hila en lo alto de la torre más alta del castillo, arriba, casi tocando al cielo, y que no se ha enterado, por una razón u otra, de la voluntad del rey, desoyendo la orden dictada por lo meramente humano. Así que un buen día la princesita, movida por la curiosidad, sube la escalera de caracol, en forma de espiral (4), llega a una puertecilla, gira la llave, y dentro del pequeño cuarto ve a la anciana hilando. Allí se queda encantada mirando el huso que “salta alegremente”, y queriéndolo coger se pincha y cae al suelo, sumida en un sueño profundo. Hay que tener cuidado y saber como manejar las herramientas del artesano. Hay que aprender primero, y saber a qué se enfrenta uno, pena el sueño y el olvido. Que por otro lado también es parte del aprendizaje, del camino de Conocimiento, en el que se alternan sueño y vigilia.

La bella durmiente

La princesa se durmió, fue víctima del encantamiento, y con ella todo el castillo. El hada “buena” hizo que todos se durmieran

para no despertarse hasta el mismo momento que su ama, con el fin de estar todos preparados para servirla cuando lo necesitara. (5)
Todos los habitantes del castillo o palacio van a la una: cada uno tiene su función, y sirve al alma en su viaje. Aquí se destaca el hecho de que el Ser es un organismo, cuyas partes están indisolublemente unidas entre ellas. No hay posibilidad de que cada uno vaya “a la suya”.

En la versión de Perrault (6), y en parte en la de Basile (7), cuando el rey ve lo que ha sucedido se da cuenta de que eso era lo que tenía que pasar y hace un gesto de aceptación: pone a la princesa en una cama, o en una silla, pero siempre en un lugar destacado, precioso, sagrado.

Y comprendiendo que aquello tenía que suceder, ya que las hadas lo habían dicho, mandó poner a la Princesa en el aposento más hermoso del palacio, en una cama bordada de oro y plata. (8)
Los dos metales nos recuerdan la trama y urdimbre que configuran el tejido de la vida y que simbolizan las dos vertientes de la manifestación: la horizontal y la vertical, en cuyo centro descansa ahora el alma. Allí, en el centro del castillo o palacio, ya no hay resistencias al destino ineludible. Allí, todo es quietud y silencio. Porque si hasta ahora hemos hablado del aspecto inferior del olvido, entendiéndolo como el olvido del Origen, también es necesario decir que hay otra manera de ver el Olvido, en este caso con mayúscula, que hace referencia al olvido de todo lo que no es, para sumergirse, para replegarse, en la auténtica Realidad del Origen increado, desde la cual el Ser volverá a despertar y desplegarse en toda su extensión.

La princesa parece muerta, pero sólo está dormida.
Parecía un ángel, de tan hermosa como estaba; en efecto, su desmayo no le había quitado los colores vivos de su tez: sus mejillas estaban encarnadas y sus labios parecían de coral; sólo tenía los ojos cerrados, pero se la oía respirar suavemente, lo que indicaba que no estaba muerta. (9)
Cuando parezca que todo está perdido, cuando ya no haya esperanza a la que agarrarse, recordemos que hay vida bajo las polvorientas capas de olvido, que debajo de las cenizas hay un corazón ardiente que sólo aguarda su renacer, como el Fénix.

A la luz de las dos perspectivas sobre el olvido que hemos presentado, el hecho de que el castillo se cubra de plantas hasta desaparecer puede significar por un lado que si uno se despista el castillo de su alma se cubre de capas que le impiden ver la realidad de las cosas, y por el otro, que la esencia de nosotros mismos, nuestro más preciado tesoro, ha de ser protegido de miradas profanas. Por eso tanto en la versión de Grimm como en la de Perrault se cuenta que, habiendo llegado a saber que había una hermosa princesa durmiendo en un castillo escondido debajo del espeso seto de espinos, muchos hombres se dispusieron a atravesar la vegetación, pero nunca llegaron al castillo porque las espinas los mataron. A veces no es suficiente el atrevimiento. Se ha de respetar el dictado de los dioses. Han de pasar 100 años antes de que la princesa se despierte, ni uno más, ni uno menos. Y solo un príncipe de los muchos que lo intenten llegará a destino. No cualquiera. Los dioses lo han de querer así, ya que “muchos son los llamados pero pocos los escogidos”. Y también éste habrá de poner de su parte, de alguna manera tendrá que ser atrevido, en el sentido de atreverse a superar su miedo a lo desconocido, pues se han de conjugar la voluntad humana con la Voluntad divina.

El Plan Divino no se puede cambiar. El periplo del Alma, que es su reflejo en movimiento, sigue unas pautas precisas, y tiene unos ritmos. No se puede acelerar, ni hacer que vaya más lento.
Un buen día un príncipe vio unas torres que sobresalían de un bosque muy espeso y comenzó a preguntar a la gente qué eran aquellas torres. La gente le contestó cosas diversas,
Cada uno le respondió según lo que había oído decir. (10)
Y por lo general eran cosas espantosas, pero el príncipe no acababa de creerse todo aquello. Había algo en su interior que le hacía pensar que había algo más que esas voces confusas. Hasta que un viejo, voz de la Memoria, tomó la palabra y le dijo que allí había una princesa dormida, que era llamada la Bella Durmiente del Bosque, y él supo que aquella era la verdad. También le dijeron que otros lo habían intentado sin éxito, pero él no tenía miedo, porque en su corazón reconocía su destino, y a ello fue.

Ante aquellas palabras, el joven Príncipe se sintió inflamado. Creyó sin vacilar que llevaría a cabo tan bella aventura; y, empujado por el amor y la gloria, determinó ver en el acto qué era aquello. Apenas avanzó hacia el bosque, cuando todos los grandes árboles, las zarzas y los espinos se apartaron por sí mismos para dejarlo pasar: se dirige hacia el castillo que veía al fondo de una gran alameda, por donde entró, y lo que le sorprendió un poco fue que nadie de su gente había podido seguirlo, porque los árboles volvieron a juntarse en cuanto él hubo pasado. (11)
Habían transcurrido ya los cien años, y había llegado el día en el que la Bella Durmiente tenía que despertar. Cuando el hijo del rey se aproximó al seto de espinas, no había más que grandes y hermosas flores que se hacían a un lado por sí mismas y le dejaban pasar indemne. Cuando hubo pasado, se volvieron a transformar en seto. (12)

El Príncipe pasa por el bosque sin esfuerzo y solo, porque así se recorre el camino de conocimiento, en soledad. No porque no se pueda trabajar junto a los hermanos, sino porque nadie puede realizar la enseñanza en uno mismo sino el propio interesado.

Bosque

Y después de atravesar todas las estancias del castillo y de haber visto a todos dormidos, llega por fin a la estancia más secreta, en la que yace la Princesa, y su visión es de tal belleza que el Príncipe queda prendado y, por imperiosa necesidad, le da un beso, sellando así la unión entre el principio masculino y el femenino, entre los dos aspectos opuestos complementarios de la creación, que siempre están indisolublemente unidos. Así el alma se entrega a su principio, y muere renaciendo, o renace muriendo.

Beso
El beso siempre ha sido un vínculo de entrega a lo que se besa, así sea este vínculo humano, a una comunidad religiosa, o iniciática, es decir, en este último caso a una comunidad de adeptos como es el ejemplo del cristianismo primitivo. También los pies de las esculturas en los altares, o imágenes, al igual que en el Oriente, son besados para constituirse en un puente hacia la energía espiritual que se expresa a través de determinada persona, o audición, etc., es decir, de una supuesta teofanía.
En la actualidad los besos se han desacralizado y sólo existen como elementos de la erótica dejándose de lado la idea de compromiso o verdadera filiación.
El beso pues, es un transmisor del espíritu de la vida y en ese sentido también está relacionado con el aliento vital, tal cual los egipcios parecen haberlo visto. (13)

 

Notas
(1) Giambattista Basile, Pentamerón: el cuento de los cuentos, Siruela, Madrid, 2006.

(2) J. y W. Grimm, Cuentos de niños y del hogar, Anaya, Madrid, 1995.

(3) Charles Perrault, Cuentos completos, Anaya, Madrid, 2000.

(4)La espiral o el conjunto de guardas espirales redondas o cuadradas suele considerarse un solo continuo indefinido. Pero también la espiral es la salida del círculo reincidente hacia lo alto, más allá del plano en busca de la verticalidad. O sea la reiteración indefinida de la cárcel mental o la liberación de la misma por medio de un viaje al más allá, en última instancia a lo supracósmico.” Federico Gonzalez, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: Espiral

(5) Charles Perrault, Op.Cit.

(6) Charles Perrault, Op. Cit.

(7) Giambattista Basile, Pentamerón: el cuento de los cuentos, Siruela, Madrid, 2006.

(8-11) Charles Perrault, Op. Cit.

(12) J. y W. Grimm, Cuentos de niños y del hogar, Anaya, Madrid, 1995.

(13) Federico Gonzalez, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: Beso. Ed. Libros del Innombrable, 2013, Zaragoza.


Texto: Margherita Mangini


 

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