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Boletín de novedades de El Arka

 
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La carga ligera

Hombre: Ser intermediario caído porque su parte individual se ha impuesto a su porción celeste, razón por la cual el odioso trabajar es su destino. (1)

Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera. (2)
Hay un cuento de los Hermanos Grimm que narra la historia de una viejita que vivía con sus gansos en un claro, el cual se hallaba en lo más espeso de un bosque. Todos los días ella iba a recoger a este bosque plantas y frutas salvajes y después llevaba todo de vuelta a casa cargando el saco en su espalda. Cualquiera que la hubiera visto no la habría creído capaz de semejante esfuerzo, pero ella realizaba su trabajo con alegría y llevaba esa carga con facilidad hasta su casa.

A los que se la cruzaban, ella les decía:

– Buenos días, querido vecino, hace muy buen tiempo. Os extrañará sin duda que lleve esta yerba; pero todos debemos llevar a cuestas nuestra carga. (3)

A la gente no le gustaba escucharla, ni encontrarse con ella. Casi todos intentaban esquivarla porque decían que era una hechicera y le tenían miedo. Pero un día un joven y bello conde la vio y la quiso ayudar.

– Abuela –le dijo–¿Cómo pensáis llevar todo eso?

– Pues tengo que llevarlo, querido señorito –le contestó–. Los hijos de los ricos no saben lo que son los trabajos. Pero a los pobres se les dice:

“Es preciso trabajar,

No habiendo otro bienestar.”

– ¿Queréis ayudarme? –añadió la vieja viendo que se detenía–.

Ella le explicó que se trataba de un trabajo que sería muy fácil para él, y que en un momento estarían en su casa, y así lo convenció. El joven aceptó movido por la compasión; lo que él no sabía es que la vieja era en verdad una hechicera y que tenía más recursos que él. Ya se sabe cuánto engañan las apariencias. Cuando se puso el saco sobre los hombros, se dio cuenta de que pesaba muchísimo más de lo que él se imaginaba. Intentó varias veces deshacerse de él, pero la hechicera no se lo permitió.

–No –dijo la vieja–, cuando hayamos llegado podréis descansar; ahora hay que andar. ¿Quién sabe si esto podrá servirte para algo?

Cada vez el fardo estaba más pesado y el camino más difícil, y el conde estaba cada vez más decidido a dejar aquella empresa, hasta el punto en que quiso dejar el saco a tierra y no pudo porque estaba pegado a su espalda. Quería detenerse, pero la viejita lo obligaba a continuar marchando y, habiéndose subido a su espalda, sentada encima del pesadísimo saco, le daba toques en las piernas con una varilla si él se paraba. Ella estaba la mar de contenta y alegre, se reía y le instaba a que tuviera paciencia, que cuando llegara a la casa le daría una buena propina.

En fin, aquello fue una tortura, pero cuando ya estaba casi a punto de sucumbir –o así él lo creía– llegaron a destino. Los gansos de la viejita fueron a darles la bienvenida, y con ellos una joven, que llamaba madre a la hechicera y de la cual era destacable la fealdad. La viejita quitó el saco de la espalda del joven y le dijo:

– Ahora sentaos en ese banco que está delante de la puerta, y descansad. Habéis ganado lealmente vuestro salario y no lo perderéis.

¿La carga es ligera o pesada? No hay manera de saberlo, porque depende del punto de vista, pero poco importa. Lo que sí importa es que le toca a uno llevarla y eso es así, lo queramos o no. El destino ha llevado al conde hacia allí, su buena voluntad le ha hecho detenerse, necesariamente ha llevado la carga y ha llegado al centro del bosque.

La hechicera le ha hecho pasar un mal momento, pero parece simpática. ¿Será buena o malvada? ¿Le servirá de algo al conde todo esto, como ella le sugiere, o solo será una mala jugada que obedece al capricho de una mujer, un individuo cualquiera que quiere ejercer su voluntad creyendo así controlar la Vida?

¿Es todo esto cómico o trágico? ¡A la viejita le parecía tan gracioso como el otro sufría las penas del infierno!

He oído decir que así es la exigencia de los dioses.

El conde, exhausto, se sienta encima del banco que hay delante de la puerta, obedeciendo a la vieja hechicera. Está sentado, delante de una puerta, que de momento está cerrada, indicando que todavía no es el momento de entrar. Al conde le queda aún camino.

Mirando a su alrededor, el conde contempla la belleza y tranquilidad del lugar: la pradera llena de flores alegres y de hierbas perfumadas, y en su centro un arroyo, dorado por los rayos del sol, en el que nadan o se sumergen los gansos. Es un momento de serenidad, una pausa antes de continuar la marcha. El conde se deja vencer por el cansancio y se duerme, pero en seguida viene la viejita a despertarlo.

– Levántate, no puedes quedarte aquí. Te he atormentado un poco, es verdad; pero no te ha costado la vida. Ahora voy a darte tu salario; tú no necesitas dinero, ni bienes; te daré otra cosa.

Y le pone en la mano “una cajita de esmeralda, de una sola pieza”, diciéndole que la guardara bien, que le traerá la fortuna.

Recordemos aquí que la esmeralda, de color verde, “simboliza la esperanza y la visión” (4). Es también la piedra preciosa que tenía Lucifer en su frente, antes de la caída, y tiene a que ver con la recuperación de la consciencia de unidad, con el recuerdo de lo que uno es en verdad, con la Memoria del Origen. Hay que notar aquí, en relación a la unidad, que la cajita es de una sola pieza.

La viejita le da la caja y le dice que la guarde. Lo que en ella está guardado es secreto, como secreto es, por su propia naturaleza, el Ser en Sí mismo; como secreto es el hallazgo de la propia identidad, que se encuentra escondida en la caverna del corazón.

Este hallazgo debe ser cuidado y guardado como un tesoro. El conde así lo hace y se marcha sin saber muy bien adonde ir. Después de tres días de peregrinaje en el bosque sin poder encontrar el camino, llega a la ciudad y se deja conducir al palacio de los reyes. El secreto se ha de guardar, excepto en presencia de la reina, ante la cual ya no es menester guardar nada porque ella conoce los recovecos del alma, todos sus senderos, todos sus rincones.

Al abrirse la cajita y ver su contenido, es tal el asombro que la reina cae al suelo fulminada. Así es el Recuerdo, como un rayo que cae en la tierra y quema el árbol que se encuentra entre cielo y tierra.

El conde fue detenido por los criados del rey e iba a ser puesto en prisión, cuando la reina abrió los ojos y mandó que le dejaran libre, y que salieran todos, porque quería hablarle en secreto.

La Sabiduría nos susurra al oído, nos habla en la soledad.

La reina le explica llorando que lo que vio dentro de la caja es una perla muy similar a las perlas que su hija menor desprendía de sus ojos mientras lloraba, cuando fue desterrada y conducida a un bosque oculto por orden del rey. Este se había enfadado con ella porque al preguntar a sus tres hijas quién de ellas lo amaba más, la primera contestó que lo amaba como el azúcar más dulce, la segunda que lo amaba como al vestido más hermoso y la tercera, la más pequeña, que lo amaba como a la sal. Al oír esto el rey se indignó, repartió el reino entre las dos mayores y la pequeña fue exiliada. Poco después se arrepintió y la mandó a buscar, pero nunca la encontraron.

Tenéis que saber que la princesita era la más hermosa de las tres hermanas.

Era blanca como la nieve, colorada como la flor del manzano, y brillaban sus cabellos como los rayos del sol. Cuando lloraba no eran lágrimas las que caían de sus ojos, sino perlas y piedras preciosas. (…) cuando entró la menor; creía uno presenciar la salida del sol.

La princesa simboliza la belleza del Ser, su pureza, la luz que el Ser emana y que, debido precisamente a la caída y por razones cíclicas, se oculta en las profundidades de la tierra (fue llevada a un bosque oculto). Esta luz, estando en todos y cada uno de nosotros, es hallada solo por aquellos que la buscan de corazón.

La chiquilla llora perlas y la perla es también símbolo central. También nos recuerda esa luz brillante, blanca, y a la vez de todos los colores, que se oculta en la concha en las profundidades del mar.

La reina ve la perla en la cajita de esmeralda y recibe una Certeza. Se pone así en marcha junto al rey y al conde, recorriendo en sentido inverso el camino que este último siguió desde la casa de los gansos hasta el palacio.

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Hemos visto que la reina, después de ver el contenido de la caja de esmeralda, decide emprender el viaje en búsqueda de su hija menor, que está perdida. Así que la misma reina, junto con el rey y el conde, se ponen en marcha para volver a esa casita en el bosque de donde el conde dijo que venía. ¿Cuál es el centro de este viaje de ida y vuelta: el rico palacio de la reina o la pobre casita de la vieja hechicera? De momento, lo único que nos surge decir al respecto es que en el medio está la sal.

En este cuento aparece la sal, directa o indirectamente, varias veces. Cuando el padre pregunta a las hijas cuál de las tres lo aman más, las otras dos contestan, y la pequeña calla. Su padre le pide que describa cómo lo ama, entonces responde:

–No sé, y no puedo comparar mi amor a nada.

Pero le insiste tanto que al final dice:

–El mejor de los manjares no tiene gusto para mí si carece de sal; pues bien, yo amo a mi padre como a la sal.

Sus lágrimas, transformadas en perlas, también son saladas, así como salada es la mar que guarda el secreto de esa pequeña y perfecta esfera de luz. Pero ¿qué simboliza la sal?

En la alquimia, la sal es el producto neutro que se obtiene de la unión del azufre (principio masculino y activo) y del mercurio (principio femenino y pasivo). La sal es el equilibrio, la cristalización de la idea, la constante fijación del trabajo interno. Es el resultado unitario del baile entre esto y aquello. Los principios alquímicos son tres, y conforman una unidad. No hay el uno sin el otro. Para obtener la sal hay que bailar, hay que llorar por el desgarro producido por la aparente separación del ser de sí mismo. Las lágrimas (saladas) son las fatigas que, ofrendadas a los dioses, se transforman en perlas, en riquezas “porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.

A la luz de la luna llena, perla del cielo nocturno, la joven que cuida de los gansos en la casa de la viejita se transforma en un ser de luz. La hechicera todo lo ve: sabe que ha llegado el momento y la manda a hacer su tarea. Bajo la mirada atónita del conde, escondido en la copa de un árbol, la joven limpia en la fuente la piel que la recubre “para que blanqueara y se secara a la luz de la luna”, aquella máscara que le da un aspecto feo, y, soltando su trenza, deja brillar sus cabellos y se muestra en todo su esplendor. Entonces el conde se da cuenta de que ella es efectivamente la princesa y por el asombro hace un poco de ruido, suficiente para que ella se asuste y vuelva corriendo a la casa de la vieja hechicera. Una vez en casa, la viejita la manda a su habitación a cambiarse de vestimenta, le ordena de no salir hasta que la llame y se pone a limpiar la casa. Cuando llegan los reyes con el conde, la casa está perfecta. La vieja hechicera los está esperando y los anima a entrar.

Hubierais podido ahorraros ese largo camino, si no hubierais echado injustamente, hace tres años, a vuestra hija, que es tan buena y tan graciosa. Nada ha perdido, pues durante tres años ha guardado gansos, en cuyo tiempo no ha perdido nada malo y ha conservado la pureza de su corazón. Pero estáis suficientemente castigados con la inquietud en que habéis vivido. Después se acercó al cuarto, y dijo:

–Sal, hija mía.

La princesa sale por la puerta y se reúne con sus padres con gran alegría de todos. Y el rey dice:

–Querida hija, ya he repartido mi reino, ¿qué podré darte a ti?

–No necesita nada–dijo la vieja–. Yo le doy las lágrimas que ha vertido por vosotros; son otras tantas perlas más hermosas que las que se hallan en el mar y son de un precio mucho mayor que todo vuestro reino. Y en recompensa de sus servicios, le doy mi pequeña casa.

Y dicho esto desapareció.

Resulta que la vieja hechicera era una buena hada. Ella es la que ata cables, reúne lo disperso, pone orden. Ella es otra cara de Inteligencia y Sabiduría.

Y también resulta que la casita era un soberbio palacio, así que en verdad no había distinción entre el palacio de la reina y la casita de la bruja. La distinción solo era aparente, como aparente era la fealdad de la joven. Al quitar la máscara cae la venda de los ojos, se disipa la niebla y la verdad sale a la luz. En ella, ya no hay separación, ya no hay dos, sino sólo uno. A este respecto, parece ser que la princesa y el conde acabaron unidos en matrimonio y que vivieron “en la mayor felicidad todo el tiempo que Dios quiso”.

Se ha concluido otro viaje del alma en pos del Conocimiento de sí misma. Es otro viaje, pero es en verdad el mismo de siempre. Y como en todas las historias, cada uno de los personajes representa un aspecto de un solo y único ser.

(Fin)

Notas
(1) Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Hombre”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
(2) Mt, 11, 28-30.
(3) Hermanos Grimm, “La carga ligera”, en La Cenicienta y otros cuentos, Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 1999.
(4) Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Esmeralda”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.


Texto: Margherita Mangini


 

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