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Boletín de novedades de El Arka

 
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cabezaCANTO XXIII

Cielo octavo o estrellado: los espíritus triunfantes. Triunfo de Cristo y coronación de la Virgen

INTRODUCCION
En el octavo Cielo están todos los bienaventurados, antes separados simbólicamente en siete esferas. En el centro de todos resplandece la Madre de Dios, la divina sustacia. El arcángel Gabriel entona sus alabanzas eternas y después la Virgen asciende seguida por el amor y el canto de los bienaventurados.

Cual ave dentro de la amada fronda,
El nido abriga de su prole amada,
Cuando la noche toda cosa esconda,

Y por gozar su vista, tan deseada
Y procurarles luego la pastura
—Duro trabajo que á su instinto agrada—

En lo alto de una rama, el tiempo apura,
Y con ardiente afecto aguarda el día,
Que anunciará del alba la blancura;

Erguida así, mi encantadora guía,
Miraba hacia aquel punto de la esfera
Donde aparenta el sol marcha tardía.1

Viendo que pensativa se estuviera,
Me hallé cual quien desea vacilando,
Y sus ansias aquieta con la espera.

Pero sentíme más tranquilo, cuando
Entre la espera, digo, y lo previsto,
Vi que el cielo venía ya aclarando

Y ella me dijo — «Mira aquí de Cristo
La falange triunfal, que ha cosechado
El fruto que en los orbes tiene aquisto.»

Me pareció su rostro iluminado,
Los dulces ojos de leticia llenos,
De un modo tal, ¡que no es para expresarlo!

Como en los plenilunios más serenos
Diana ríe entre ninfas sempiternas,
Que dan color á los celestes senos,

Yo vi sobre millares de lucernas,
Un sol, que á todas ellas encendía,
Como el nuestro a las lámparas supernas.

Y por la viva luz trasparecía
La divina sustancia en luz tan clara,
Que afrontarla mi vista no podía.

¡Oh Beatriz! ¡Oh mi dulce guía cara!
Dijiste: —«Lo que vence tu potencia
Es virtud de quien nadie se repara.»

«Allí está la potencia y la sapiencia,
Que abre camino al Cielo, de la Tierra,
Que de las almas fue larga apetencia.»

Tal como fuego que la nube encierra,
Al dilatarse, porque allí no cabe,
Contra su propia ley, baja y aterra,

Mi mente así, con nutrición tan suave,
Se dilató con impetuoso brío,
Que mi recuerdo, retrazar no sabe.

—«Abre tus ojos: mírame cual río:
Lo que has mirado te hace tan potente.
Que puedes ver hasta el aspecto mío.»

Yo estaba como aquel que se resiente
De olvidada visión, y que procura
En vano renovar dentro de la mente,

Cuando escuché tal nuncio de ventura,
Que en el libro del pecho consignara
Como imborrable letra que perdura.

Si Polimnia y su coro me ayudara
Con las lenguas de múltiple armonía,
Que alimenta su leche dulce y cara,

¡Ni cantar un milésimo podría
De la sonrisa de esplendor divino,
Que su celeste aspecto embellecía!

Por eso, el Paraíso que adivino,
Debe saltar el místico poema,
Como quien halla roto su camino;

Y quien estime el ponderoso tema,
Que una espalda mortal dobla y enarca,
No ha de increparle, porque débil trema.

No es travesía para frágil barca
El mar que surca la atrevida prora,
Ni de nauclero de fatiga parca.

—«¿Por qué, tanto mi rostro te enamora,
Que no ves el jardín, que peregrino,
Bajo los rayos de Jesús se enflora?

«La rosa que encarnó Verbo Divino
Aquí esta, con los lirios perfumados,
Cuyo perfume indica el buen camino.»

Dijo Beatriz, y pronto á sus dictados,
Mi flaqueza otra vez vencer procuro,
Levantando mis párpados cansados.

Como en rayo de sol, que hiende puro
Rota nube, se ven las bellas flores
De un prado, antes envuelto en aire oscuro,

Así vi multitudes de esplendores
Alumbrados de lo alto, fulgurantes
Sin el principio ver de sus fulgores.

¡Oh virtud! ¡que tus rayos emanantes,
Alzaste pía, dilatando un poco,
El campo de mis ojos vacilantes!

El nombre de la flor que siempre invoco,
Mañana y noche, en mi ánimo el anhelo
Concentró, de admirar el grande foco,

Y cuando con mis ojos, vi sin velo,
El cuál y el cuánto de la viva estrella,
Que al mundo vence y que venera el cielo,

Bajó dentro del cielo una centella,
Formando cerco á guisa de corona,
Y la ciñó, girando en torno de ella

La melodía que más dulce entona
La voz humana, y más el alma tira,
Sería nube, cuando rota atrona,

Comparada al sonar de aquella lira,
Que coronaba el límpido zafiro
Con que el cielo más claro se enzafira.

—«Soy el Amor angélico, que giro
En el goce, que espira el vientre santo,
Que albergue fue de universal suspiro.

»y giraré, Reina del Cielo, en tanto
Sigas á tu hijo, y se ilumine el día
De la suprema esfera con tu encanto.»

Así la circulante melodía
Cantaba, y las lumbreras en su canto
Ensalzaban el nombre de María.

Aquel orbe, de mundos regio manto,
En que la llama del Amor se aviva
De Dios potente al soplo sacrosanto,

Tan lejos se halla de terrestre riba,
En límite sin fin, que su apariencia,
De lo infinito estaba más arriba;

Pues no tenía mi ojo la potencia
Para seguir la coronada llama,
Que levantóse á su alta descendencia.2

Y como niño, que después que mama
Los tiernos brazos á la madre tiende,
Al dulce impulso que su seno inflama,

Así, cada fulgor su luz extiende
Hacia la cima, y el sublime afecto,
Que tienen por María mi alma entiende;

Y luego en mi presencia, ante su aspecto,
Cantan «Regina coeli», dulcemente,
Con voces que al pensarlo me delecto.

¡Oh, cuánta es la abundancia proficiente
De aquellas arcas, ricas por su aforo,
Que al mundo dieron tan feraz simiente!

Allí se vive y goza del tesoro,
Con lágrimas ganado en el exilio,
De Babilonia, despreciando el oro;

Y del Hijo de Dios con el auxilio,
Y de María triunfa en su vinctoria,
Con el Antiguo y Nuevo gran concilio,

El que tiene las llaves de tal gloria.

Notas:

  • 1Hacía el Mediodía (el sur), donde se tiene la impresión de que el Sol se mueve más despacio.
  • 2. La superficie cóncava, la faz interna de la novena esfera o Primer Móvil, que envuelve "como un manto real" a las otro ocho esferas de los cielos, estaba tan distante que los ojos de Dante no pudieron seguir el desplazamiento de la Virgen "coronada llama" hasta unirse con su hijo "alta descendencia".

 

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