Introducción:
De entre las mucha traducciones publicadas de “La Divina Comedia” optamos en esta página por la edición del “Círculo del Bibliófilo” 1975, que reproduce la edición ilustrada por Jean de Bonnot en París con los dibujos de Sandro Botticelli,, y cuya traducción realizada al castellano por Bartolome Mitre, respeta la forma y estructura del poema de Dante , y aunque ello suponga en ocasiones forzar el lenguaje, es sin embargo capaz de transmitir la belleza de la obra. La poesía al estar compuesta de ritmo y oración armoniza como la música tiempo y espacio, expresando más allá de las palabras, el lenguaje del espíritu, la voz de lo inaudible.
El fragmento aquí reproducido comprende des el canto XXI del Paráiso hasta el XXV. Esperamos más adelante continuar hasta el final del poema. Para ayudar a su lectura se ha insertado unas notas a modo de introducción, como referencia a éstas ver la edición de Angel Chiclana en la "Colección Millenium.Las 100 joyas del milenio", publicada por el periódico "El Mundo".
CANTO XXI
Cielo séptimo o de Saturno: los espíritus contemplativos. Ascenso al séptimo Cielo. La escala celeste. San Pedro Damián. Contra el lujo de los prelados.
INTRODUCCION
Se encuentran en el séptimo Cielo, Saturno, el regente de la Edad de Oro, que en estos momentos está en conjunción con Leo, de cuyo influjo recíproco nace la tendencia contemplativa. Aquí ve una escala de oro, por ella descienden las almas impregnadas de la Suprema Caridad, de cuyo amor se hace Dante participe, es sin embargo necesario transcender esta esfera para acceder al Misterio que está más allá de cualquier conocimiento, tal como le dice Pedro Damían, monje del siglo XI.
Volví a fijar mi vista en el semblante
De mi Beatriz, y mi alma toda entera
llenaba su atractivo dominante.
No sonreía, y dijo: —«Si sonriera,
En cenizas tu ser convertiría,
Como á Semele1 incauta sucediera.
Por esta escala, la belleza mía,
En el palacio eterno más esplende,
Como lo has visto cuanto más subía;
Tanto, que á no templarla, más se enciende,
Y tu mortal potencia, á sus fulgores
Sería rama, que centella prende
A los sétimos y altos esplendores
Subimos, en junción del León ardiente,
Cuya virtud, abajo, templa ardores,
Pon el alma en tus ojos; que tu mente
Espejo sea al ver á la figura,
Que en ese espejo mirarás patente.
Quien supiese, cuál era la pastura
Que daba á mi ojo, con su aspecto beato,
Al tener que admirar otra ventura,
Comprendería cuánto me era grato,
Al compensar aquel placer divino,
Obedecer del guía su mandato.
Dentro al globo, que gira, cristalino,
Con el nombre del padre venerando,
Que en la tierra mató germen maligno,2
De áureo color sus luces irradiando,
Una escalera vi, tan levantada,
Que al mirarla, mi vista se perdía.
Y miré descender de grada en grada
Tanto esplendor, como si aquella lumbre
Fuese la luz del cielo concentrada.
Tal como las cornejas, por costumbre,
Al calentar su alas ateridas,
Cuando del sol asoma la vislumbre,
Vuelan, en varia dirección movidas,
Juntas volviendo al sitio acostumbrado,
y otras por los espacios van perdidas,
Del mismo modo el resplandor sagrado
De aquellas luces, vino unidamente,
Hasta que se fijara en cierto grado.
La más cercana á mí, tan reluciente
Se puso, que yo dije en mi, pensando:
-Bien veo el grande amor que por mí siente.
Mas como, la que indica el cómo y cuándo,
Del hablar y callar, se estuvo quieta,
Venciendo mi deseo, no demando:
Ella benigna, ve mi ansia secreta,
En Aquel de que toda luz procede,
Y dijo: —«Tu deseo ardiente aquieta.»
Y comencé: —«¡Bien sé que sólo puede
Mi pobre merecer, ser atendido
Por la que la pregunta me concede!
¡Oh espíritu que te hallas escondido
En tu leticia! —di ¿qué simpatía
Tan cerca de mi lado te ha traído?
¿Y por qué calla aquí la sinfonía
Del concierto eternal del Paraíso,
Que otras esferas llena de armonía?
—«Es tu oído mortal, como tu viso
—Repuso—. En esta esfera no se canta,
Por causa que en Beatriz apaga el riso.
Yo desde lo alto de la escala santa
He descendido por hacerte fiesta,
Con esta luz celeste que me enmanta,
Sin que más grande amor me haga más presta;
Que tanto y más amor en sí contiene,
Esa llama que á ti se manifiesta.
Mas la alta caridad, que nos retiene
Siervas del que los mundos ve y gobierna,
En la suerte que observas nos mantiene.
—Bien veo —dije yo—, sacra lucerna,
De como el libre amor todo concierte
Obedeciendo á providencia eterna;
Bien que en mi juicio á discernir no acierte,
Como vienes á mí predestinada
Entre las almas de tu propia suerte.
Con mi última palabra pronunciada
El foco de la luz giró en su centro,
Cual piedra de molino apresurada.
Después dijo el amor que estaba dentro:
—«La luz divina sobre mí gravita,
Penetrando en la luz en que me encuentro;
Y su virtud que en mi visión palpita,
Me eleva tanto sobre mí, que veo
La suma Esencia, que mi acción concita.
De aquí proviene el gozo en que flameo,
Porque en mi vista, cuanto más aclara,
Mayor fulgor de caridad poseo
Pero del cielo el alma más
preclara,
El serafín que está junto a Dios mismo,
A tu pregunta nada contestara.
La respuesta se oculta en el abismo
Del eterno estatuto, tan profundo,
Que su fondo no alcanza el humanismo.
Y esto dirás al retornar al mundo,
A fin que el ser humano no presuma
Mover su pie del cielo en lo más fundo.
La mente, que aquí es luz, abajo es bruma.
¿Qué extraño que el mortal sea impotente
A comprender lo que es de Esencia suma?
Ante esta prescripción tan imponente,
Prescindiendo de inútiles cuestiones,
Le pregunté quién era, humildemente.
—«Entre playas de Italia, dos peñones
Se levantan, no lejos de tu patria,
Do el trueno suena abajo sus crestones,
Formando giba, que se llama Catria
Consagrada, á su pie se halla una ermita,
Que del culto de Dios tan sólo es latría.
Así recomenzó la luz bendita,
Prosiguiendo después: —Con fervor vivo
Allí á Dios entregué mi alma contrita.
Mi alimento fue el jugo del olivo,
Feliz pasando del calor al hielo,
Entregado al placer contemplativo.
Abundante cosecha daba el cielo
A ese lugar, que hoy es un yermo vano,
Y que en un tiempo fuera fértil suelo.
En aquel sitio, fui Pedro Damiano,
Y Pedro Pecador, viví en la casa
De la Virgen á orillas del Adriano
Mi existencia mortal era ya escasa,
Cuando cubierto fui con el capelo,
Que hoy de malos a peores se traspasa.
Vienen, Cefas, y el vaso del consuelo
Del Espíritu Santo,3 y mendicantes,
Se hospedaron descalzos en el suelo.
Los modernos pastores, son paseantes,
Que por detrás precisan de sostenes,
Tan graves son sus carnes abundantes.
Con su manto, cubriendo palafrenes,
Bajo una piel, dos bestias van andando.
—¡Oh paciencia que tanto te contienes!»
A esta voz, muchas flámulas, girando,
Bajar de grada en grada, vi animarse,
En cada nuevo giro, más brillando,
Y en torno de aquella ánima agruparse,
Lanzando un grito de fragor tan lleno,
Que no puede con nada compararse,
Y que me anonadó cual sordo trueno.
Notas:
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